¿Por qué tiene tanto interés Pablo Iglesias en aprobar la renta mínima?

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18.500 personas muertas (que se sepa) por coronavirus en España.

Y lamentablemente habrá más.

Y lamentablemente no sabemos cuándo dejaremos de contar muertos.

Y lamentablemente, por no saber, no sabemos cuándo podremos salir a la calle más allá de hacer la compra.

España, 2020.

Muchos dicen que si antes de habernos tomado las uvas nos hubiesen puesto un tráiler de los que iba a ser este año, los atragantamientos se habrían contado por miles. Pero aún con todas estas incertidumbres en el horizonte, podemos vislumbrar una certeza: la que viene. El día de mañana. La gran depresión de nuestra era. Olvidaos del 2012, olvidaos de la quiebra de Lehman Brothers. Dicen que serán meros y dóciles hermanos pequeños al lado de la temible “Corona-crisis”, puede que aún más letal que el propio virus.

En éstas, PSOE y Podemos, Pedro y Pablo, se disfrazan de hombres de Estado pidiendo lealtad a unas instituciones que cada día se encargan de deshilachar poco a poco. El uno, Pedro, para dar gusto a sus socios, para pagar pronto las deudas que le acarreó el estrenar colchón en La Moncloa. El otro, Pablo, para aprovechar a hacer lo que tanto a anhelado y lo que en tantos países, ha cobrado (y muy bien) por enseñar a hacer y llevar a cabo. Y aquí viene la contestación a la pregunta que ha dado lugar a este post y, por lo cual, asumirás una carga impositiva que dé al traste con todas tus perspectivas de ahorro, qué digo ahorro… de mera supervivencia.

Ellos no quieren a Almeida: la campaña de metro que no deja a ningún madrileño indiferente

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Si conocéis a Almeida, sabéis que esta atrevida campaña de publicidad le viene que ni pintada. Si no le conocéis os dejo una de las piezas más representativas del que, a mi parecer, es el primer político millennial: sus famosos “zascómetros” que corren como la pólvora entre youtube y whatsapp.

Cómo saber que un vídeo va a ser viral (con ejemplos)

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No, no lo sabes y nunca lo sabrás. Nunca sabemos si cuando te hacemos un vídeo va a ser viral. Así que no, no puedes pedir “un viral” porque de eso dependen tantas cosas y tan volátiles que nadie te lo puede asegurar. Por lo que si viene un publicista vendiéndotelo como tal, yo no le creería porque es muy difícil asegurar. Pero sí que es cierto que casi todos tienen una serie de componentes que les hace contar con muchas más probabilidades de viralización por parte del público. En este post os cuento, primero, esas características mágicas que después de nuestra experiencia considero, para que después veamos una serie de ejemplos prácticos de creación propia del equipo para que podamos analizar. (Si queréis comentar después y así nutrimos con vuestra experiencia un poco más el post).

Obama advierte de que las redes sociales acabarán con la democracia

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Lo que leeréis a continuación no es un capítulo de Black Mirror. Es la realidad. Después de esta advertencia de que vienen curvas, podemos comenzar.

Se llama edgerank y es el responsable de que, cuando abres tu Facebook, no veas lo mismo que tu compañero de al lado. Se llama pagerank y se encarga de lo mismo en google. Son algoritmos, y hacen lo propio en Instagram, Youtube, Netflix… su misión es, básicamente, que veas los contenidos que más te gustan. Servirte el contenido que quieres ver y cómo lo quieres ver. Suena muy bien, ¿verdad? Estas redes sociales buscan ofrecerte contenidos que te interesen para que las sigas usando. Te adulan con contenido. Por eso te sirven lo que quieres y cómo lo quieres. Para ello se guían de una tecnología que, según vas interactuando con las aplicaciones, aprenden lo que te gusta, cómo te gusta y de quién te gusta. Tus comentarios, tus likes, tus elecciones les guían en ello. El marketing dicen que el contenido es el rey. Pues tu, usuario, eres el Dios supremo. Esto no tendría que suponer mayor problema que una experiencia virtual totalmente adictiva y enriquecedora. ¿Verdad? Pues no. Cambia la realidad y altera el orden geopolítico mundial. Y no lo digo yo, lo dice el 44º Presidente de Estados Unidos, que por cierto, cuenta con Mark Zuckerberg entre su variado elenco de notables amigos. Argumento de autoridad mediante, sigo…

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Netflix sabe que me gusta la política, los documentales y Barack Obama. Yo no se lo dije, le bastó ponerme un pixel asociado a mi usuario y juntar los datos de mi navegación en web con mis visualizaciones de contenido. Clava siempre sus recomendaciones. El sábado lo volvió a hacer. En primera plana apareció un nuevo serial “No necesitan presentación, con David Letterman”, veterano presentador del late night estadounidense fichado por Netflix después de ser invitado a abandonar su plató en la CBS. Su primer invitado tampoco necesitaba presentación: Barack Obama. Un Barack sin corbata y que lucía mucho más descansado. Un Barack al que Letterman se seguía dirigiendo como Presidente, tomando a Trump como algo dolorosamente accidental. Y allí estaba Netflix ofreciéndomelo. Sabedor de que daría al play sin rechistar. Entonces Obama comenzó a hablar de otro de mis temas fetiche: las redes sociales. Creedme cuando os digo que las conoce muy muy bien. Recordad que fue al primer Presidente al que llevaron al poder. El problema es que también llevaron al poder a Trump. ¿Por qué?

 

El desarrollo de las redes sociales y los algoritmos que antes os explicaba tiene la culpa. La lucha porque entre toda la oferta existente elijamos un determinado contenido hace que dejemos de compartir universos, escenarios y parámetros de comportamiento comunes. La consecuencia de que durante todo el día te sirvan contenidos y noticias que sólo reafirman tu manera de ver el mundo es que te radicalices en tus posturas. Que reafirmes tus prejuicios. Si además, a todo esto le sumamos un universo mediático en el que CUALQUIERA puede publicar y propagar una información (luego ya se verá si es verdad o no) tenemos la mezcla perfecta para que el populismo y la propaganda puedan germinar. Ya decía Goebbles que para que un mensaje propagandístico funcionara tenía que apelar a las emociones, ser sorpresivo y muy fácil de recodar. Y sobre todo de transmitir. Y ahora os pregunto yo, ¿cómo es un viral?

 

La mala noticia es que, todo esto, va a más. La microsegmentación, ese fenómeno del marketing que con el big data de por medio busca dar a cada uno lo que quiere, tal y como lo quiere, desune la sociedad y pisotea los referentes comunes. Rompe el status quo. Y cuidado, que nuestra querida y maltratada democracia está dentro de ese status.

 

Hasta aquí el capítulo de Black Mirror de hoy. Espero que el algoritmo de vuestras redes sociales os haya recomendado este artículo.

Que punto y final

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No es no y punto.

Que tú vales mucho más, acuérdate.

Que él no te tiene por qué coger el móvil.

Que él no tiene que elegir tu ropa.

Que él no te tiene que decir “quién es ese que te escribe”.

Que él no se tiene que enfadar porque estés en línea y no con él.

Que él no tiene que chillarte.

Que él no tiene que insultarte.

Que él no te tiene que asustar.

Que él no tiene que borrar tu brillo para así él brillar.

Que otra vida es posible.

Que cojas esa puerta.

Que tú te vas.

 

Que no,

Que no te quiere.

Que lo asumas.

Que sé que duele.

Que está loco. Claro.

Que no es que esté loco por ti.

Que es que está loco y ya está.

Que no, que no va a cambiar.

Que tú no tienes la culpa.

Que te vayas.

Que te vayas ya.

 

Con lo que tú has sido.

Con lo que a ti te han querido.

Con lo que te quieren.

Por todos los que te quieren.

Sí ya lo sé…

Él te ha hecho pensar que estás sola.

Pero no es verdad.

Salta.

Vuela.

Ya.

 

Va a ser muy difícil, claro.

La felicidad no es ese cuento que nos contaron.

Pero vale la pena, créeme.

Tú vete, déjale.

Tú dile que te vas.

Tú dile que no vuelves.

Tú dile que ya está.

Tú dile que no.

Tú dile que no, es no.

Y punto.

Que punto y final.

Sonríe hasta el final

Guerrilla 2.0.

De vez en cuando, me gusta contar este blog pequeñas cosas que voy aprendiendo y desaprendiendo por allí. Y que dejo escritas aquí, por si a alguien, algún día, pudiera ayudar. Hoy os vengo a hablar de algo tan tonto como sonreír.  Del poder de la sonrisa. De tu sonrisa. Y de cómo no debes dejar a nadie que la dibuje y desdibuje a discreción. Aquí va, si me permites, la primera lección.

Imagínate al levantarte cada día. Al menos yo, me levanto con la fuerza de un ciclón. Desayunas, te vistes y mientras lo haces, decides que ese día te ha dado por sonreír. Así, aunque moleste, aunque haya días que no puedas. Metes los problemas en el cajón, bastante tienes tú… Te dices. Y los guardas, aunque chillen, ahí se quedan. Hoy no se vienen contigo. Tú, en plan valiente… Te armas de valor, y ¡loca!… ¡sonríes!

En los tiempos que corren créeme que una sonrisa de corazón puede ser un acto revolucionario.

Y ahí decides instalarla, en tu cara. Y además decides regalarla por ahí. Como si no costara, como si no te costara. Si ellos supieran… Pero tú sonríes, sigues sonriendo. – Qué idiota, ¡de qué se reirá tanto!– muchos pensarán. Te ríes de idioteces, haces chanzas. Sabes que una vez, tu sonrisa, fue un pilar para alguien. Y eso ya vale. Y eso ya te vale. Risa. Buen rollo. Que es que cuando te pones en plan rebelde, no tienes precio.

Hasta que al final pasa. Te encuentras con ese alguien. Alguien con la fuerza suficiente para derruir tus ganas de sonreír como quien sopla una montaña de naipes. ¿Lo conoces? Lección dos: Nunca se te ocurra otorgarle esa fuerza a nadie.

Tu vida se llenará de momentos guiados por ese tipo de persona. La que gana tu pequeña gran revolución diaria. La que te hará pensar que es verdad, que para qué tanta sonrisa, que menud@ idiota estás hecho/a. Que ya esta bien de sonreír, que no hay motivos, que vale ya.

Pero no desistas.  Tú sonríe. Tú no dejes de sonreír. Aléjate de todo el mundo que quiera borrarte la sonrisa. A ver si te vas a creer que eso de hacer la revolución es fácil. Pero tú aguanta, no dejes de sonreír. Regala tu sonrisa de corazón a aquel que verdaderamente pueda ser merecedor de ella. Y al que no, pasa. Sin más. No hay peor guerra que la que no se puede, ni se quiere, ganar. No vayas de mártir de sonrisas, que tampoco es plan.

Y sé pragmátic@: Utiliza tu sonrisa de faro. Que sepas que hace brillar. Es como un código, ¿sabes? Atrae hacia ti a la gente que también esta llevando su propia revolución particular sonrisa en alto. Brilla, no dejes de brillar que te está buscando. Y algún día te encontrará. Vale la pena, ¿eh? Conseguir que la sonrisa con la que te acuestes sea incluso mejor que la que te levantes está en juego. Hablan del Santo Grial… desconocen lo que es capaz de conseguir alguien, que ha conseguido para sí la verdadera felicidad.  Así que tú aguanta, lucha, sonríe. Faro. Atrae. Brilla. Todo llega.

Tú, que has decidido sonreír, sonríe. Que no te tumben. Que nada te tumbe.

Que nadie te tumbe. Lo intentarán.

Pero tú, ya sabes…

Tú, que has decidido sonreír.

Sonríe.

Sonríe. Hasta el final.

De cómo los independentistas y Podemos te están intentando manipular

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Hasta aquí hemos llegado, señores. Que no, que vale ya, que no nos la dan. Están intentando jugar con nosotros y de verdad, al ver cierta parte de la población española no catalana (que hasta hace unos días no se había dado cuenta que era nacionalista), como se abriga con la estelada, se les está dando fenomenal. Os resumo rápidamente la intención de este post por si queréis continuar: contaros cómo Podemos y los nacionalistas nos están intentando manipular con una teoría de la comunicación que lleva más de 50 años en vigor: El framing, los famosos marcos. Y que sepáis que, si en alguno de estos días habéis dicho aquello de “derecho a decidir” o “no es un referéndum… es una cuestión de democracia”, pues enhorabuena porque os los habéis tragado toditos. Te han manipulado, campeón. La teoría sigue funcionando más de 50 años después. Y te prometo que al final del post te cuento la receta de cómo curarla. Vamos:

Brexit: carta de desamor de dos enamorados

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Ya no hay vuelta atrás, déjalo.

Ahora viene lo peor. Acordar qué es tuyo y qué es mío.

Resolver la cuenta de haberes y deberes.

No por mí… sabes que me da igual.

Pero es que los que se quedan me lo piden.

Tú dices que diste, ellos que dieron…

Lo que discutíamos siempre, nada nuevo

Qué te voy a contar.

 

Trata bien los resquicios míos que te quedarán por ahí,

que yo haré lo mismo con los tuyos.

No me guardes rencor, no nos guardemos…

Tanto tiempo juntos, tantas historias en común…

Lo normal es que llegue el día en que nos acabemos viendo…

Tan lejos y tan cerca, vecinos de lo ajeno.

 

También te aconsejo que tengas cuidado,

ahora llegarán los que te vendrán a hablar mal de mí

y de todo lo que vivimos juntos.

Intentarán que te vayas a su lado,

que conformes su alianza.

Que acabes convirtiendo en odio

lo que en verano empezó siendo un “adiós, bueno… ya hablaremos”.

 

Y bueno… de lo que también tenemos que hablar

es de los tuyos que me quedan por aquí

y de los míos que te dejo yo allá.

No me los vayas a cuidar mal, ¿no?

Ellos no tienen la culpa de que al final

no supiésemos hacer algo tan básico como sentarnos a negociar.

Bajemos las fronteras aunque sea por ellos,

por ellos, ya está.

 

Y bueno que hasta aquí,

que esto se acaba ya.

Lleguemos antes de colgar a un acuerdo de mínimos,

algo tonto pero sentimental,

como que yo siga tomando a los Beatles como mío

y en cambio te deje que en Anfield siga sonando los acordes de la Champion.

Tonterías por si a ti y a mí algún día nos da por recodar…

 

Y nada, ya está

sellemos el adiós sin más.

Tú sigue tu camino, siendo la más grande de las bretañas que yo me quedaré aquí,

siendo el más antiguo de los continentes.

 

Cierra al salir y como diría la canción,

“olvídalo todo, que tú para eso….”

 

Firmado: la Unión.

Lo que pasa es que Pablo sí que pudo llegar al colegio

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Llevaba muchos días desvelándose las madrugadas con unas pesadillas que no le dejaban dormir. En ellas, su madre y ella eran perseguidas por unos hombres sin rostro que acababan dándoles caza y les llevaban a la mesa de un quirófano. Allí, se despertaba con el temor de que algo malo iba a ocurrir. Pero volvía a la realidad. A esa dulce realidad de cuando tienes 12 años y tu máxima preocupación es ir al cole. Esa dulce realidad que saltó por los aires la mañana de un 17 de octubre. No era su coche. Tampoco era su bomba. Pero sí era su vida y sus sueños los que volaron por los aires. A partir de esa mañana, a partir de ese click, de esa llave que hizo contacto y activó una bomba en vez del motor que le tenía que llevar a clase, todo cambió para siempre. Para empezar, su propia morfología, marcada a base de fuego y metralla con las cicatrices de la barbarie. Esa que mutilaba, e incluso mataba a niños, en nombre de no se qué tierra y le ponía el nombre de “daños colaterales”.

Irene Villa se recuperó. Volvió a sonreír, aprendió a caminar con sus dos nuevas piernas. Se enamoró, se casó, se dejó picar por el gusanillo del periodismo y tuvo dos hijos. La vida, ETA, le echó un pulso e Irene lo ganó. Su sonrisa imborrable es hoy buen testigo de ello. Una sonrisa a prueba de bombas, y nunca mejor dicho. Una sonrisa tan férrea que ni siquiera merma cuando escucha como algunos (ponga usted aquí el adjetivo que quiera) utilizan el que fue el peor día de su existencia para hacer la gracia. Humor negro lo llaman.

Y entonces ahora va Pablo. El de siempre. El que nos intenta tocar la fibra de lo sensible y de lo que estamos dispuestos a aguantar a base de proposiciones en el Congreso. Y dice que la libertad de expresión se está sintiendo constreñida por el delito de enaltecimiento del terrorismo. Que hay que suprimir este delito del Código Penal. Que muchas veces son chistes negros y nada más. Que cómo somos. Que qué más da.

Se llama respeto, Pablo. Si tu humanidad no te alcanza, al menos piensa que ese 17 de octubre tú sí que pudiste llegar al colegio.

Promete que no les dejarás

Guerrilla 2.0.

Oye, tú no les vayas a dejar, ¿eh? Tú sigue saliendo de fiesta y entra en la discoteca que te dé la gana. Aunque se llame Bataclán. Y si quieres sentarte a tomar algo en una terraza, hazlo igual. Que no te preocupe dónde te sientes, dando la espalda a la acera, a la puerta, a ti que te dé igual… Lo mismo con el fútbol, si puedes ir al estadio ve. Y si tienes la suerte de tener una entrada para ver un duelo en la cumbre, o un simple amistoso como un Francia-Alemania en Saint Denis… tú ve también. Y salta y canta a rabiar. Tú disfruta como el que más. Que tampoco te echen atrás los miles de controles que tienes que pasar al subirte a un avión, es normal con lo que pasó en Bruselas, pero tu keep calm and carry on. Tú sigue tu camino, ve a trabajar, a la universidad, ¡a donde quieras! Sigue cogiendo esos trenes que pasan por Atocha. Y si te gusta ver las ciudades desde las alturas, súbete hasta lo más alto, en Manhattan te recomiendo el One World Trade Center. La torre más alta de Nueva York que se alzó al cielo, sin temor, sobre las ruinas de las Torres Gemelas. Y cuando estés arriba, respira hondo, break free. Respira por todos los que no les dejaron volver a respirar.

Vamos. Cuando venga el veranito, si te apetece andar y disfrutar de la noche por el paseo marítimo, que no haya nada ni nadie que te lo prohíba, aunque sea en Niza. Y que no se te olvide sonreír.  Si te vas a un resort a la playa, tú como siempre, te tumbas en tu tumbona y a leer o a tomarte un mojito con tranquilidad. De Túnez sólo acuérdate para pensar lo bonito que es, nada más. Y si eres político que nadie te haga tener miedo por defender tus ideas en el Parlamento, libremente, en democracia. Aunque sea en Londres.

En definitiva, tú no les dejes. Que su terror no te dé miedo. Eso es lo que buscan. Que pueda contigo. No hay mejor manera de atacar al mundo libre que haciendo que tengas miedo a usar tu libertad. Promete que no les dejarás. Si no, cumplirán su objetivo. Si ven que tenemos miedo, harán muchos más.